jueves, 31 de octubre de 2013

El sillpancho del restaurant Doña Celia

Lo tradicional no quita lo precario

Presentación del Sillpancho que sirven en el restaurante de Doña Celia.



La historia de nuestra comida es la historia de nuestra tierra. Tal es el caso del antes denominado sillpanch’u, que en quechua significa carne delgada, aplastada; un plato que originalmente solo venía acompañado de papas. 
Hace más de 60 años, en un local ubicado frente al denominado pasaje “Del Diablo”, Celia LaFuente forjó la “leyenda” de uno de los platos insignia de Cochabamba. A la receta tradicional le añadió arroz, huevo frito y ensalada (tomate, cebolla y locoto), naciendo así el sillpancho, plato reproducido y popularizado en cada pensión y restaurante de nuestra ciudad.
A la fecha, el local Doña Celia se encuentra en la calle Ecuador casi esquina Lanza, no muy lejos de su ubicación original. El restaurante hace gala en sus paredes de dos distinciones municipales por la tradición y lo que representa históricamente para la gastronomía regional y del país. 
No visitamos cualquier sillpanchería, nos encontramos en el lugar que es considerado como el origen de todo. Sin embargo, pese a sus “títulos” y reconocimientos, para alguien que no lo conoce, no existe un letrero que señale el pago en caja o la voluntad de alguna mesera que guíe a nuevos comensales. Tras 15 minutos de ser ignorados por el personal, recién podemos hacer el pedido. Diez minutos después, aparecen los platos, con ese colorido característico que ofrecen las verduras, el locoto y el amarillo de la yema del huevo.
La presentación del sillpancho tradicional es equilibrada. Denota un armado que permite apreciar los diferentes elementos que componen el preparado. La carne, ubicada sobre las papas, solo cubre la mitad del plato. No se trata de la mínima expresión de carne molida y amartajada con pan duro rallado que engaña a muchos paladares cochabambinos. La carne que ofrece Doña Celia es un corte tipo filete que sigue el procedimiento del apanado que hace honor a la tradición. El resultado es una carne de cocción adecuada, de tonalidad café, suave, sin quemaduras y/o partículas carbonizadas de otros alimentos, y buen sabor. 
Los granos de arroz -bien reventados- acompañan con una sazón y frescura neutra, que no opacan a la carne, la protagonista principal. Sin embargo, las papas, de tipo holandesa, son solo un acompañante soso, sobrecocido y después fritado, que para evitar su desintegración fueron cortadas en gajos. Tanto la cebolla y el locoto están finamente picados, junto a los –escasos- tomates cortados tipo brunoise (dados minúsculos). Son ingredientes frescos. El huevo tiene un tamaño medio, cocinado a tres cuartos, en su punto de balance justo entre la cocción y la preservación de la hidratación de la yema y la clara. Eso sí, no se cuidó su presentación, ya que estaba muy aceitoso.
Si el plato promete una experiencia similar a la de antaño, esta se ve desdibujada por una vajilla que parece no haber pasado la prueba del tiempo. La cristalería es ordinaria, está desgastada y rota. Los platos y cubiertos tienen los mismos defectos que la cristalería, que se ve tristemente adornada en la mesa por una alcuza sucia y grasosa, con un brebaje que supuestamente emula -con suerte- a la peor imitación del vinagre Toscana, con un sabor que quema las papilas gustativas por su alta composición artificial.
La atención, decíamos, no es la mejor. A pesar de estar ubicado en una zona de alto tráfico de movilidades, el sonido ambiente del local es amigable a la charla entre bocados, aunque estos se vean teñidos en la crónica roja del noticiero local de turno que transmite la televisión, lo cual, dependiendo del acontecer, puede arruinar la experiencia gastronómica, entre otros detalles como el hecho de que se cuente solo con un baño para varones y damas. El water además no está muy cuidado ni provisto de elementos básicos como jabón de manos ni papel sanitario. Parece ser que no se lo limpia constantemente y un detalle feo es que está al lado de la puerta de la cocina.
Las glorias pasadas que alcanzó Doña Celia no alcanzan para hacerle justicia a un sillpancho que no tiene todo el apoyo de su local. Los Bs 19 que cuesta el plato, solo alcanzan para comer bastante agradable, pero no para una experiencia completa. Muchos aspectos deben cuidarse para que el local pueda lucir sus galardones. Lo tradicional no debería ser sinónimo de precario.




 piquesillpanchopicante@gmail.com

domingo, 27 de octubre de 2013

El pique macho del restaurant Miraflores

Lo clásico cuesta caro



Casi cuarenta años atrás, a mediados de los 70, a EvangelinaRojas de Quiñones se le encendió el foco. Los comensales del restaurant Miraflores, ubicado entonces en El Prado, le exigían un plato colectivo, uno que además permita despabilarse para continuar en buenas condiciones la reunión amistosa o familiar. Así nació una de las más emblemáticas delicias de la gastronomía local: el pique a lo macho. No mucho ha cambiado desde aquellos años, al menos no en el Miraflores (ahora ubicado en la calle Tarija No. 1314, a pocas cuadras del estadio).
Parte del éxito del local es seguramente su fidelidad al preparado original, que consiste en carne de res picada en cubos, papas fritas, chorizo criollo, tomate, locoto… y pare de contar. La simpleza sin embargo sabe conquistar el paladar. Su apariencia da la idea de una comida casera, lo cual le da un plus a la experiencia.
El plato, que llega tras cerca de 20 minutos de ser pedido a la mesa, se muestra bien equilibrado, sin estar sobreabundantemente cargado de papa (consistente y sólido por fuera, harinosa por dentro) ni de tomate. La carne, lo principal de este asunto, viene con un jugo propio –ni exagerado ni escaso- que asimismo parece un preparado en base a ingredientes naturales, idea que es reforzada al percibirse apenas unos buenos toques de pimienta o de un caldo apenas rociado poco antes. El chorizo de cerdo -único y espléndido- contrasta debidamente con los pedazos de res y uno puede llegar a enviciarse de éste. El locoto –cortado en rodajas, lo que según dicen aumenta su agresivo potencial- y el tomate aportan la frescura necesaria a un plato que, de no ser por varios detalles, sería perfecto.
Uno de ellos es que, pese a la rapidez, los platos no llegan muy calientes. La carne, por otro lado, no está trozada de manera uniforme, por lo que la cocción -aunque buena- tampoco lo es. Y claro, ninguna de las –muy pocas- rodajas de tomate que nos tocaron debería estar verde, como algunas que tuvimos que dejar.
Por otro lado, considerando que el medio plato (que alcanza para una persona con no demasiado apetito) y el plato entero (que alcanza para un adulto y tal vez un niño pequeño) cuestan Bs 44 y 56, respectivamente, todos los detalles deberían ser cuidados. Y es que los piques llegan en vajillas viejas y de las más baratas del mercado. Parecen sacadas de la tienda de la esquina a donde uno acude cuando es invitado de última hora de un matrimonio. Y los cubiertos están igualmente muy trajinados, lo cual se comprueba en los mangos de madera, donde con microscopio se podría encontrar una verdadera fauna. Los manteles -descoloridos- son limpios, pero igualmente tienen en su haber cientos de comensales, como las alcuzas, sucias algunas, aunque conteniendo un rico vinagre casero. Casera –aunque carente de una dosis adecuada de sal- pretende también ser la llajwa, cuya presentación hace dar la esperanza de haber sido molida en batán o en una ingeniosa procesadora.
En cuanto a la atención que nos tocó, que sin llegar a ser excelente -ésta la es cuando el garzón muestra un completo interés por el bienestar de los clientes- fue correcta y más o menos veloz. Por lo demás, el lugar merecería mayores elogios -por ejemplo al no estar saturado en su acústica- de no ser porque la decoración nos pareció algo extraña, vimos algunas paredes y pisos deteriorados y, sobre todo, el baño de damas -si bien con buena infraestructura- está ubicado al lado de la cocina y lo encontramos no muy cuidado.
Con todo, comer el tradicional pique del Miraflores -que también ofrece innovaciones como el pique a lo chancho- es una experiencia placentera, aunque requiera de una fuerte inversión (la infaltable bebida tiene algunos precios como estos: cerveza Huari Bs 18, Jugo del Valle Bs 12 y Coca Cola de litro Bs 10), lo que hace que un almuerzo familiar para tres adultos y un niño llegue a costar casi Bs 200. Lo clásico cuesta caro, pero alguna vez lo vale.

Locotos del 1 al 5 

Plato:

 

Relación costo/beneficio:

Calificación general:



piquesillpanchopicante@gmail.com



martes, 22 de octubre de 2013

¡BIENVENIDOS COMENSALES!

Pique Sillpancho Picante (Proyecto PSP) es una iniciativa de los periodistas cochabambinos Andrés Rodríguez Rodríguez, Gabriela Flores López y Sergio de la Zerda, quienes, desde octubre de 2013, se han propuesto el objetivo de recorrer 30 restaurantes de su ciudad, diez por cada plato del nombre del proyecto. Las experiencias gastronómicas serán presentadas con fotografías y notas críticas que serán publicadas dos veces por semana en este blog, así como en un grupo homónimo de Facebook. Este último espacio (https://www.facebook.com/groups/194836737368192/) estará abierto además a la participación de todos los interesados en comentar, criticar o elogiar la amplia oferta gastronómica de Cochabamba y Bolivia. Para más información sobre la iniciativa, que se efectúa con el apoyo de la Oficialía Superior de Cultura de la Alcaldía de Cochabamba, usted puede escribir al correo electrónico piquesillpanchopicante@gmail.com.