lunes, 23 de marzo de 2015

Los sillpanchos de doña Prima y la Choca


Solo a las cuatro de la mañana

La presentación del sillpancho de Doña Prima en su puesto en Cochabamba.

Muchos coincidirán en que uno de los pocos lugares donde se puede comer en horarios que no son estándar para el ciudadano común, es en los puestos de las denominadas “Tierritas”. Este lugar se ubica al borde del puente Quillacollo, casi sobre la avenida Costanera, a la altura del paso a desnivel. De siete de la noche a siete de la mañana, se puede hallar sillpancho y trancapecho en tres o cuatro puestos.
La antigüedad de estos negocios se remonta a varias décadas, cuando no había casetas y solo funcionaban -al otro extremo del río- pequeñas cocinas de fierro como  estaciones culinarias en la tierra sin pavimentar del área. Si no tenemos el dato errado, fue durante la gestión del difunto alcalde Edgar Montaño cuando se reubicaron los puestos en su sitio actual. 
El sillpancho de Doña "Choca".
Durante las madrugadas se puede ver allí a todo tipo de personajes de la noche cochabambina. Familias llegando de un preste, jóvenes recogiéndose de una fiesta, hombres durmiendo sobre sus platos esperando se les pase la borrachera para manejar, trabajadoras de la noche saliendo de su turno e inhaladores de clefa, entre otros, se dan cita en este espacio. Se trata sobre todo de un lugar donde un sillpancho o trancapecho pueden devolver la vida a base de potentes locotos.
Uno de los puestos más famosos en las “Tierritas” del puente Quillacollo es el de la Choca, llamada así por todos sus clientes. El suyo es el puesto del medio, de mesas con plástico rojo. Un poco más hacia el norte, sobre la avenida Costanera, casi frente al inicio de la calle Colombia, existe otra caseta, también con clientela propia. Ese es el puesto de doña Prima.
El puesto de Doña Prima en la avenida Costanera.
Ambos sillpanchos son relativamente similares. Son servidos en platos ovalados de aluminio. Vienen con una carne de forma irregular, muy delgada. Se trata de carne molida y martajada, con mucho pan rallado.
En el caso del sillpancho de la Choca, el plato llega acompañado de arrocillo -en verdad una masa sin sabor-, además de unas pequeñas papas nativas cortadas en rodajas, freídas en exceso y recalentadas en aceite. El huevo, además de ser aceitoso, viene con muchas partículas negras del pan rallado y quemado, que se va acumulando en su sartén. Uno de los pocos detalles que destaca, y no se ve ya en el preparado de muchos sillpanchos, es el uso de zanahoria cocida en la ensalada. Cuentan los mayores que incluso en vez de zanahoria otros le añaden rábano rallado.
Por un precios de Bs 15, se puede comer un sillpancho de la Choca, acompañado del “burbujeante sabor de una papaya Salvietti, que todavía se la puede hallar en su envase cervecero, con sus viejas etiquetas de papel y los característicos duendes de la compañía.
El puesto de la "Choca" en el puente Quillacollo.
El sillpancho de doña Prima es mejor en cuanto a la calidad y presentación del arroz, además de no tener partículas quemadas en el huevo frito que, sin embargo, mantiene el exceso de aceite, grasa y sabor de, también, otro perol con aceite guardado. En el puesto de doña Prima existe la opción de pedir un refresco en vaso y con pepa. El sillpancho más un refresco tiene un costo de Bs 12.
Por la tradición y los años se espera más de estos puestos de comida. Las caseras deberían mejorar la calidad de sus alimentos y vajilla, quitar el estigma de comida al paso y el de la inseguridad a la que se atienen los comensales. La experiencia de comer en los puestos de la Choca y doña Prima no debe quedar en intentar disfrutar de estos sillpanchos solo cuando uno se recoge a las cuatro de la mañana, con unos traguitos encima y antes de regresar a casa.

El detalle de la zanahoria cocida en el sillpancho de la "Choca".
Otro ángulo del sillpancho de Doña Prima.





piquesillpanchopicante@gmail.com

 

martes, 10 de marzo de 2015

Italoboliviano: Degustibus, el gusto por la cocina regional



Andrés Laguna Tapia

La gastronomía es una parte esencial de la cultura de todo pueblo. Por tanto, es tan dinámica como cualquier otra expresión creativa del ser humano. La comida está en movimiento. Evidentemente, esto tiene poco que ver con los servicios de delivery. Me refiero a que está en constante evolución. Estas obviedades me permiten justificar de manera más o menos general lo que haré en la presente sección de este blog, que hasta la fecha se había dedicado exclusivamente a tres platos que han impuesto una suerte de dictadura gustativa en nuestra región. 

 Lo que me interesa poner sobre la mesa es una idea no muy innovadora, pero que no solemos asumir en un escenario tan pajuerano y chauvinista como el boliviano: las tradiciones gastronómicas, se enriquecen, se contaminan, se transforman, en gran medida, gracias a la migración. Históricamente, los bolivianos y, específicamente, los cochabambinos somos migrantes incluso mucho antes de ser bolivianos y cochabambinos. Pero, por alguna razón, esos movimientos no transformaban de manera radical a la comarca. Durante décadas, Cocha era igual nomás, aparecían pasos a desnivel y parques, pero en realidad nada cambiaba de lugar. Pero, en los últimos años, seguramente gracias a la coyuntura socioeconómica, la ciudad se ha reconstituido. Personalmente, percibo esto con claridad en la oferta gastronómica. Aunque es cierto que la comida criolla jamás fue más mediocre y cara, que la globalización campea cruelmente en los boliches en los que sirven pollo frito y hamburguesas pseudo-gourmets, hay otros fenómenos que se deben celebrar. La migración, de ida y vuelta, nos está ofreciendo la posibilidad de probar sabores que antes eran cuando menos exóticos. Gracias a cocineros que han viajado a tierras lejanas, con un bocado, los comensales podemos trasladarnos geográficamente sin movernos de la mesa en la que estamos cenando.

Es ejemplar lo que ha pasado con la migración Italia-Bolivia, que por supuesto va en ambos sentidos, la cocina del país mediterráneo está transformando el panorama gastronómico de Cocha. Durante los próximos meses, me dedicaré a visitar, a experimentar, a probar los productos de los restaurantes, las pizzerías y las trattorías que han proliferado en la región. Inspirado en uno de los más bellos documentales de Martin Scorsese, he denominado a esta sección: Italoboliviano.

Comenzaré esta serie con uno de mis lugares favoritos: la enoteca-cafetería-pizzería Degustibus. Pero antes debo aclarar que hablar de “comida italiana” es bastante vago e impreciso.  Pues así como las diferencias entre la cocina de Santa Cruz y la de Potosí son radicales, pasa algo similar entre las variadísimas tradiciones culinarias de las provincias italianas. Por ejemplo, la gastronomía de la región del Véneto y la de Sicilia son evidentemente distintas. En el caso específico de Degustibus lo que se nos ofrece es cocina con una fuerte influencia de la tradición de la Toscana, de Florencia, la zona de donde viene Alessandra Spicchi, la sommelier-chef y copropietaria. Pero la propuesta de este restaurante pretende ser más que mera cocina regional, pues además de una interesante oferta de platos típicos toscanos, se nos ofrece una serie de sabores en los que se fusionan la tradición culinaria cochabambina con la mediterránea, que principalmente están a cargo del otro copropietario y el chef ejecutivo, Pedro Guereca. Por tanto, en el menú encontramos crespelles (una suerte de crepes salados típicos de la Toscana, que se sirven de manera similar a los canelones) o costillas de cerdo en salsa de singani y pimienta de molle. Un rayo del sol de la toscano en el valle cochabambino. 


Degustibus tiene un salón no muy grande y sobrio (curiosamente, decorado con máscaras venecianas), con un pequeño, bonito y recién reformado patio delantero en el que se puede comer, tomar un café o uno de sus interesantes aperitivos, casi siempre escuchando buena música, mucho jazz (casi todos los miembros del servicio del restaurante también son músicos). Por las noches se sirven platos a la carta, que van de pizzas (horneadas a la leña) hasta platos fusión, como el mencionado, pasando por pastas más tradicionales. Al medio día el restaurante funciona más bien como una trattoría, es decir, su oferta es de tres platos a elección (generalmente son dos pastas y un plato a base de una proteína animal), que se sirven de manera rápida y a precio muy accesible (van de los 22 a los 24 Bs.). Lo que se debe destacar, por lo poco común que es en Cochabamba, es que el pan es hecho en la casa. Un placer. Alessandra y Pedro hacen turnos a la cabeza de la cocina, lo que permite una oferta más heterogénea con un nivel muy parejo. Si hay algo que se me viene a la cabeza cuando pienso en Degustibus es en sabores sutiles, en una experiencia gastronómica equilibrada y ligera, que como reconoce Pedro Guereca busca revalorizar a la comida regional. Por un lado, a la gastronomía toscana que construye platos estimulantes con materias primas de alta calidad (en especial los aceites de oliva y los vinos), con pocos ingredientes muy bien utilizados y, por otro lado, a la gastronomía cochabambina que utiliza insumos repletos del clima del valle y que es fruto de técnicas de cocción cada vez menos usadas, pero no por eso menos fabulosas.

Ya sea con un spiedini de pescado (brochetas), con un suculento estofado de cerdo, con unos penne alla pizzaiola, con interpretaciones del beef wellington o con unos calamares acompañados de una cremosa polenta, lo que nos garantiza Degustibus es comida que busca la originalidad sin olvidar la tradición, que busca sabores estimulantes pero sin ser agresivos. Es cocina de la abuela, pero de la abuela progresista. 

Teléfono: 4230477